Se oyen unos golpes en el piso de arriba, justamente ahora que acaba de empezar la película. Hacía un par de día que estos molestos vecinos me dejaban en paz, pero hoy vuelven a las andadas. Lo bueno es que el ajetreo no suele durar mucho ya que sólo se oyen unos cuantos pisadas más rápidas de lo normal como si alguien huyera perseguido por sabe qué, seguidos de unos porrazos sordos y acompañados de algo que cae al suelo con un ruido amortiguado por los centímetros de techo que nos separan. A veces se quebranta algún objeto, un jarrón o un plato, creo. La voz masculina es potente pero grita de forma ahogada, como para no molestar a los vecinos. La de ella, la mujer que vive arriba, en cambio, no se hoye. Lo que más duran son los sollozos del niño que se prolongan hasta que una especie de martillazo en la puerta de su habitación, una patada creo, pone fin a las lamentaciones. Entonces, por fin, todo vuelve a la normalidad y puedo bajar el volumen de la tele y seguir con mi película del jueves por la noche. Sigo pensando en ellos durante unos segundos: qué arreglen de una vez sus problemas y nos dejen en paz a los demás vecinos….ellos sabrán lo que hacen, quien soy yo para meterme en su vida.
Cambiemos de una vez nuestra mentalidad: lo que les pasa a los demás nos incumbe. Cada golpe recibido por una mujer o un niño maltratado nos hiere directamente a la cara. Tengamos el coraje de poner fin a esta lacra, denunciando, golpeando la puerta con educación, haciendo barrera con nuestro cuerpo, nuestras palabras, acogiendo a las personas que encuentran el tremendo valor de denunciar a sus verdugos. Basta con la mentalidad de no entrometerse en un matrimonio: matrimonio no es sinónimo de maltrato autorizado. Unamos nuestras palabras, nosotros que normalmente las utilizamos para contar historias y cuentos, y alcémoslas contra la aberración del maltrato.
Escrito en el blog www.escritoresatlantis.com
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