Ediciones Atlantis presenta 'MUJER EN 3D' de la escritora BEATRIZ P. MATA, un fascinante artefacto literario y, claro que sí, feminista.
1.- ¿Quién es Beatriz P. Mata?
Soy una mujer de 65, encantada de no ser ya una adolescente y estar atrapada por las hormonas y las ansias de vivir. Me gusta la perspectiva que dan los años, el poso de lo vivido y que todavía el cuerpo no se queje gran cosa. Creo que estoy en un estupendo momento de la vida, con la única pega de que el maldito tiempo vuela más rápidamente, cuanto más lo quieres congelar.
Estoy en uno de esos momentos vitales de cierto sosiego emocional, si es que en algún momento de la vida puede afirmarse tal cosa. Llevo meses preparando espacios para tiempos que me prometo disfrutar, trasladar los libros allí, volver a releer aquellos textos que me impactaron, cuando coger un libro entre las manos era como emprender la aventura de vivir, cuando muchos de ellos me parecían una joya a mimar y preservar, y hablaba con ellos, y me regalaban horas de expansión, y encontraba en ellos los mejores interlocutores para dialogar; eso fue antes de que leer narrativa, al hilo de las páginas culturales de los diarios nacionales de gran tirada, se convirtiera en una actividad cada vez menos gratificante.
Anteriormente me dediqué, profesionalmente, siempre a lo mismo, con pasión. Por eso mismo, entre otras razones no menos importantes, acabé quemada y agotada, pero tranquila. A pesar de todo, no está mal el balance en lo laboral.
2.- 'Mujer en 3D' es una novela difícilmente clasificable. ¿Cómo definirla?
No puedo ni quiero definirla.
Tengo la satisfacción de poder afirmar que he escrito lo que me ha dado la gana, estilísticamente y estructuralmente. Aunque bueno, se me fue un poquito la mano. Lo sé porque molesté a varias amigas con el tocho para ver como sobrevivían a la lectura del mismo. Tengo que confesar que la mayoría no lo leyó y eso que las bombardeé durante la pandemia y sé que, algunas de ellas, estaban en sus casas superadas por la situación y muertas de aburrimiento, y si hubiesen cedido a la tentación, tal vez alguna sonrisa se habrían llevado por delante, y también algún disgusto porque no voy a ocultar un vicio muy extendido que comparto, ese de copiar algún rasgo a algún amigo o conocido para atribuírselo sin pudor, a algún personaje o subalterno. Para qué andar con remilgos, no lo voy a ocultar. Tampoco ignoramos la suerte que corren muchos de los PDFs que nos llegan a través del WhatsApp o cualquier otra vía, y peor si encima llegan sin carta de presentación; sin ir más lejos yo soy especialista en tirar directamente a la papelera los álbumes de fotos que te pasan en bloque y las chorradas en serie, motivos más que suficientes como para entender y perdonar a las amigas que tiraron mi feto-libro a la basura; pero estoy todavía en proceso de reconciliación. No me molestan las críticas, que siempre aportan, me lo que está ocurriendo con respecto a la saturación informativa y como la gestionamos es para recapacitar. Otras comenzaron a leerlo y se les atragantó y lo abandonaron y no sabían cómo decírmelo o no me lo dijeron nunca. Otras lo leyeron y no sabían qué contarme. Pero entre las que sobrevivieron al bombardeo, Areti, mis amigas Rocío, Eva, Ana, Elvira, Mur, todas me dijeron algo así: «No está mal pero esto es algo infumable; si quieres más proyección, si estás pensando en la posibilidad de editarlo, tienes que hacerlo digerible». Tomé nota y me dediqué durante unos meses a pulir, matizar, podar, cortar, hasta limar la vertiente más ensayística e insertarla mejor con la parte narrativa. Pero no tenían tanta razón con: «Aclárate, ¿este tocho de qué va?, ¿es un ensayo o es un relato?». Porque yo quería las dos cosas, no quería bregar con los géneros deslindados y en buena vecindad, quería marear, mezclar discursos; pensaba que lo que quería trasladar lo requería; quería contar algo, y aunque este algo lo envolvía en un discurso narrativo con protagonistas y comparsas, el primer motivo del relato se prestaba más al estilo ensayístico y no quería renunciar al mismo. Hacerlo digerible era una cosa, renunciar al entramado de géneros era otra que no contemplaba.
Estas son las razones por las que el relato puede parecer difícilmente clasificable. Pero es una apariencia. La novela moderna, desde el Quijote de Cervantes —incluso desde la antigüedad si somos rigurosos—, nos ha acostumbrado a la novela como amalgama de todos los otros géneros. Galdós imbrica la historia y la ficción narrativa. Podría decir, en un sentido amplio, genérico, que el relato Mujer en 3D es inclasificable en el sentido en el que lo puede ser cualquier novela contemporánea —es el caso de la narrativa de Siri Husvedt, Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2019, que reúne en sus novelas los cinco tipos de discurso estilístico: narración, descripción, diálogo, exposición y argumentación—, ya que ese es el rasgo esencial de la misma, la posibilidad de ser un cajón de sastre. Pero afirmar eso, a fuerza de ser algo genérico, es también vago y ambiguo, y no aporta gran cosa. Me gustaría que mi relato se considerase inclasificable por tratar de manera única, irrepetible y personal, de imbricar el ensayo y la narrativa.
De aquel texto infumable, ya queda poco, creo; ahora, con algún descanso intercalado cuando me pongo pesada, creo que se puede terminar de leer. Y no es marketing…
El motivo detonante del relato lo comento en el epílogo del libro.
Acabado el manuscrito lo envié a varias editoriales. Sé que a la mayoría les ha superado el relato —demasiado esto, demasiado lo otro, demasiado tal…—, sobre todo a las que lo recibieron a medio pulir; pero otras se han interesado por el manuscrito, y al final me decidí a editar con aquella cuya valoración estaba más trabajada. El tiempo dirá si ellos han acertado conmigo al proponerme la edición, y si yo he acertado al seleccionarlos a ellos. Es una cuestión abierta, porque no tengo precisamente el palmarés de los aciertos en mis elecciones.
3.- ¿Por qué ‘Mujer en 3D’?
Fue el primer título que barajé, pero lo deseché muy pronto no sé muy bien el porqué.
A continuación contemplé llamarlo Esa estupenda imperfección, pero tampoco acababa de satisfacerme por el guiño evidente a una autora, Elena Ferrante —de mi Olimpo privado—, con la que por cierto voy y vengo en más de una ocasión a lo largo del relato. Tampoco este título sobrevivió muchos días por parecerme osada la referencia.
Llegaba el momento de contemplar enviarlo a editoriales y no tenía título. A contrarreloj elegí uno con muchas referencias a la física —la prima hermana de la química, sí— y a la filosofía; título que también acabé rechazando porque las razones podían resultar opacas.
Sin alternativas, y algo obturada, de pronto, zas ¿y por qué no la primera ocurrencia? Y esta segunda vez se me impuso con una rotundidad sin fisuras, era él, era él porque así me refiero a la protagonista en más de una ocasión —la Mujer en 3D—, porque hace referencia a una mujer con volumen, con forma, con rincones, con curvatura, barroca, con sustancia, a una mujer que de renacentista sólo tiene las piernas y la línea de sus cejas, una mujer compleja, en la que perderte, bucear a placer; una mujer exuberante, irreverente, desajustada, sin reglar, bailando —como sugiere la portada— sobre la proporción-desproporción áurea, siempre en las lindes; y no a una mujer plana, de esas a cuya figura te asomas por un lado y a la que te das cuenta, te has despeñado por el otro.
4.- ¿Una novela feminista?
Sin lugar a dudas una novela feminista porque, todavía hoy, no se debería entender que siendo mujer —u hombre— no seas feminista, ni que se pueda escribir literatura sin ser literatura feminista, sea mujer u hombre quien escriba.
Y mientras sea necesario —mal síntoma—, así considero tendría que continuar siendo la literatura.
Literatura feminista que no femenina.
El conjunto de las mujeres no agota al conjunto de las feministas, ni, desgraciadamente, al revés, por muy incomprensible que sea que siendo verdad que seas mujer sin embargo sea falso que seas feminista; y la primera parte del enunciado es cierta por varias razones, siendo la más importante la siguiente: hoy por hoy todos los humanos deben ser feministas, porque serlo es lisa y llanamente una cuestión de justicia social, por lo que tampoco se puede imaginar a un hombre en su sano juicio que no sea feminista. Y ahí seguimos tropezando una y otra vez con estas implicaciones cruzadas, eternas aspirantes a la instantaneidad de la evidencia, con la tentación indeclinable de trajearse así y sin alcanzar todavía la categoría de las obviedades, en este caso del sentido común. Es un «O lo pillas o si no lo pillas, es que en tu no pillar hay algo de “mala fe”».
Podría haberme ahorrado todo el párrafo anterior afirmando: todo ser humano que pretenda ser tildado de tal o es feminista o es un simulacro de humano, de esos que han perdido la sujeción, la materia, y se han reducido a un conglomerado disperso de átomos decorados con sentires mareados.
No se puede ser mujer u hombre sin ser feminista. Y las razones son de índole crítico, político y ético. Es decir, soy de las que piensa que el feminismo es pensamiento crítico-filosófico y una propuesta ético-política, además de un movimiento social. Y acerca de esto Celia Amorós y Amelia Valcárcel llevan décadas hablándonos con maestría.