El catedrático de Lengua y Literatura, José María Gómez Gómez prologa la novela de Javier Bodas, Victoria también era esto


Hoy queremos compartir este magnifico prólogo realizado por el catedrático de Lengua y Literatura, José María Gómez Gómez de la novela 'Victoria también era esto', una novela histórica escrita por el autor Javier Bodas Ortega.

VICTORIA TAMBIÉN ERA ESTO es una gran novela. Una novela compleja, que exige al lector un importante esfuerzo. Ello contribuye además a hacerla más interesante, más atractiva. El lector inteligente y exigente termina rechazando lo facilón, lo previsible. Javier Bodas lo ha entendido así. La novela es una caja de sorpresas que, en cada capítulo, esconde lo imprevisto, lo sorprendente.

Para su más completa intelección pienso que debemos abordar su estudio en tres grandes apartados, procediendo por partes en lo que es un todo unificado y magistralmente interrelacionado: contexto, texto y aspectos formales y estilísticos.

El contexto de la obra viene a ser el período histórico que va desde comienzos de la Guerra Civil en un pueblo de Toledo, más concretamente de la Jara, comarca de Talavera de la Reina… hasta la muerte de Franco aproximadamente, con proyección posterior, prácticamente hasta el momento de la confección de la obra. Sobre el tema de la Guerra Civil se mantiene una exquisita imparcialidad. Joel, principal protagonista, tiene un abuelo de tendencia derechista y otro de tendencia izquierdista. Jesusín nos lo aclara en su nivolesco prólogo: “Por eso insiste, con un énfasis que el escribidor no acaba de explicarse, y que tampoco acaba de entender tanta insistencia, en que no le hablen unos de los otros, ni los otros de los unos, pues él ha vivido situaciones de los dos lados tan vergonzosas en unos casos y otros, como tan emotivas también en los dos lados que no sabe si lo quiere recordar, ni sabe si lo contará". Por supuesto, se trata de una época muy heterogénea y así se describe en las páginas de la novela. El lector es conducido con habilidad desde la emocionada vivencia de la vida del campo en un pueblo jareño a los horrores iniciales de la guerra (suplicio del sacristán del pueblo), la perplejidad y angustia de los familiares ante el destino y falta de noticias de los soldados que combaten en el frente, la ansiosa espera para recibirlos y abrazarlos tras la finalización de la guerra, la difícil situación económica y social de la inmediata posguerra (hambre, enfermedades…), la emigración a las grandes ciudades (Madrid, Barcelona…) y al extranjero, la vida en la gran ciudad (vivienda, trabajo, estudios…) los incipientes movimientos sociales, laborales y de la comprometida iglesia de base (organizaciones católicas implicadas ya en el compromiso social…) y los conflictos que ello generaba con la siempre vigilante Dirección General de Seguridad, especialmente represiva con todo lo que oliera a PCE o cualquier otra forma de comunismo y subversión. En este sentido, es fundamental el capítulo titulado “Los Miedos”, que refleja el clima de compromiso de estos incipientes grupos que manifestaban evidente inconformismo con el autoritarismo represivo. Joel lo sintió en sus carnes y en su alma la famosa Noche de Vigilia en la Nunciatura: “Y es así cómo Joel sigue tomando conciencia realmente de dónde está metido. Cae en la cuenta de que aquello era algo muy serio. Muy serio. Nada menos que “una noche de vigilia y oración por liberación de los sacerdotes encarcelados en España. Impecable”, se dice Joel ya en la soledad del silencio nocturno tumbado dentro de su saco sobre la gran alfombra gruesa que cubre el suelo del inmenso salón donde se inicia el encierro en la Nunciatura de Madrid. Encierro que es ahora cuando se plantea lo que puede suponer. Porque sí, se trata de un encierro. Para ello los han convocado. “A una vigilia de reflexión y de la palabra pidiendo al Generalísimo Franco la revisión de las condiciones de los sacerdotes presos en la cárcel de Zamora y una amnistía para los presos políticos en España”. Pero Joel tiene miedo, aunque no se arrepiente de estar allí participando en la vigilia”.
Refiriéndonos ahora concretamente al texto de la novela, comprobamos que el hilo conductor (argumento o historia narrativa) empieza y termina con el símbolo del tren. Símbolo, sí. El tren fue real, claro. Los viajes en tren existieron. Abren y cierran la novela. Pero, en su sentido figurado, el viaje en tren es la vida. La vida de más de setenta años de historia. La vida de toda una familia que, prácticamente, llena el siglo XX de la intrahistoria de España, que empieza en un pueblo toledano (fácilmente identificable con Belvís de la Jara, patria chica del autor), enlaza con la vida de la inmigración a Madrid y culmina con el viaje a Barcelona. Podemos, pues, definir la novela como LAS PERIPECIAS DE TODA UNA SAGA FAMILIAR EN EL VIAJE DE LA VIDA. El protagonista de la novela es colectivo: toda una saga familiar que va desde Bernabé “Mendrugo”; su yerno, Floreal; el hijo de éste, Joel; el hijo de éste, Daniel; y la sobrina de éste, Elsa, nieta de Joel. El arco familiar abarca, pues, desde el tatarabuelo Bernabé hasta la tataranieta Elsa. Lógicamente la vida de todos ellos se interrelaciona constantemente con un número importante de otros familiares y amigos (éstos especialmente de Joel), que en algunos casos adquieren una dimensión e importancia considerables (casos de Tino y Cheles).

La vida del abuelo Bernabé discurre en su pequeño pueblo jareño en la época de la guerra e inmediata posguerra. Tras contemplar, y sufrir, horrorizado la experiencia de la guerra, al terminar ésta, espera con ansiedad la llegada de su hijo Eugenio, soldado en el frente de Cataluña. Para su recibimiento ha comprado las dos mejores mulas del Mercado de Talavera. Quiere sorprender a su hijo con este obsequio, que augura para Eugenio un feliz futuro de agricultor jareño. Pero el regreso de éste no se produce. En cambio llegan noticias de que se encuentra muy enfermo en el Hospital de Barcelona. Y empieza el viaje. Bernabé y su esposa toman el tren rumbo a Barcelona.

Aquí se interrumpe el hijo argumental y se ve interferido por incesantes recuerdos de unos y otros personajes, con lo que se da la impresión de un premeditado laberinto narrativo, espejo del laberinto que es la vida (caminos y seres que se cruzan y bifurcan al azar).

Toma entonces protagonismo Floreal, yerno de Bernabé. Floreal es un joven jareño alegre y sin malicia, vividor a su manera, le gusta tocar el laúd y divertirse con los amigos. Floreal tiene un hijo con Sole, hija de Bernabé, siendo ambos solteros, lo que se aprovecha para describir los prejuicios de la época sobre estas situaciones. Ese hijo es Joel, que asistirá de niño a la boda de sus padres. Floreal, cansado de una inhóspita posguerra, inicia “su viaje”. El destino: Madrid. Allí criará y educará a sus hijos, superando día a día las penurias de unos años que se hacen interminables: los problemas e inseguridad del trabajo, la vivienda… y el sueño de dar estudios a los hijos.

Joel, hijo de Floreal, pasa a primer plano y terminará convirtiéndose en el principal y más duradero protagonista dentro de toda la saga familiar. Es lo lógico, pues resulta fácilmente identificable con el propio autor, Javier Bodas. Ello confecciona a la novela un claro cariz autobiográfico. En efecto, la familia no es otra que la suya. Y el pueblo no es otro que el suyo: Belvís de la Jara. Esto lo habían hecho antes Unamuno y Baroja, por poner unos ejemplos, pero podría citarse infinidad de autores, algunas de cuyas novelas son más o menos veladas autobiografías.

Joel se forja en la Jara. Su primer “viaje” es la salida al campo con su abuelo Bernabé. Véase el capítulo “Café de puchero”. Se trata de la primera experiencia fundamental en su vida. De la mano de su abuelo siente cómo impregna en su alma el amor a la naturaleza, el terruño jareño.

Joel sigue “viajando”. Es el destino del hombre. La vida. Joel viaja con su abuelo a Barcelona. Joel viaja con su padre Foreal a Madrid. Pero, sobre todo, Joel relata, en forma de recuerdos dispersos y desordenados (como la vida misma) las experiencias de su vida: Madrid, los estudios, la vida laboral, los primeros escarceos de la lucha social… y, sobre todo, la amistad y la muerte de dos grandes amigos suyos: Tino y Cheles. Hombre de estudios, primero perito y luego ingeniero industrial, es sobre todo un hombre inquieto por el saber, incansable lector. Todo ello le hará vivir una profunda experiencia espiritual, que le llevará desde el agnosticismo a la necesidad de Dios, al “deseo de Dios” que podemos calificar como “fe cristiana”. Al final es Elsa, su nieta, quien descubre a su tío Daniel (y con ello a todos los lectores) el sentido de la vida, el “viaje”, y los recuerdos novelados de Joel, es decir, de Javier Bodas. Todo ha sido, en el fondo, un personal “camino de perfección”. Su viaje ha sido, sobre todo, íntimo, una “noche oscura”, a través de la cual ha llegado a la Luz. La novela, que describe extensamente todo un panorama social, adquiere así también una interesante y decisiva dimensión existencial. El viaje no es, simplemente, “colocar una placa en una fosa”… identificar los restos de un soldado tildado ominosamente de “fascista”, concepto del que el propio soldado, Eugenio, desconocía el significado. VICTORIA TAMBIÉN ERA ESTO viene a ser la superación de los prejuicios, vencer el olvido, rescatar el nombre y la dignidad de un soldado muerto, no en combate sino arrebatado por la cruel enfermedad. Vencer el olvido. Vencer la injusticia y el oprobio. Pero, desde las vivencias íntimas de Joel, vencer también el sentido trágico de la vida, vencer las tinieblas del espíritu y salir a la Luz de la fe y de la esperanza: “¿Por qué se va Joel? ¿Adónde? ¿Y a su edad? ¿No es hora de que sea un jubilado? ¿Y al uso? Pregunta Daniel”. Y Elsa replica: “Qué poco le conoces, tío. Qué poco. No se va. Sigue su camino. El camino iniciado hace muchos años. Camino del que os habló a ti y a mi padre (…) A buscar el sentido de la vida, afrontando la realidad desde una óptica de fe, adonde llega en la última etapa de su actividad profesional.” Y un poco más adelante añade Elsa: “El libro de Henri de Lubac sobre EL HUMANISMO ATEO y la búsqueda de la tumba de su tío al que llamaron fascista, encontrándose con su propio primo en el camino, son dos puntos de inflexión en su vida no baladíes”. Así Joel termina revelando su íntima personalidad, trasunto del autor Javier Bodas: un buscador de Dios en el camino de la vida.
Junto al tema central del “viaje/vida” o “vida/viaje”, otros subtemas se encadenan muy hábilmente: la libertad y la justicia social, la amistad y la muerte. Estos temas tienen estrecha relación con dos personajes de la novela, Tino y Cheles, dos grande amigos de Joel que luchan por la libertad y la justicia social y mueren víctimas de la cruel enfermedad. Ello hace que Joel se plantee una y otra vez el sentido profundo de la vida y del dolor gratuito e inmerecido de los inocentes, uno de los abismos de la mente humana que sólo tiene respuesta en la fe y la confianza en un Dios justo y misericordioso que, al final de los tiempos, restablecerá la justicia y la felicidad eterna.
Resta hablar de los aspectos técnicos y estilísticos de la novela. Son éstos los que dotan a la obra de grandeza literaria, pero también de complejidad y de evidente dificultad para el lector menos avezado, menos preparado intelectualmente para la literatura. La estructura formal de la novela es aparentemente sencilla: treinta y dos fragmentos sin numerar, que podemos considerar capítulos, cada uno con su título o epígrafe orientativo, a la manera cervantina del Quijote. El primer capítulo es realmente un prólogo, que el autor pone a la manera unamuniana en boca de Jesusín, uno de los personajes de la novela. Pero esta aparente sencilla estructura esconde una profunda e interesante complejidad. De entrada el lector choca con la lectura de una novela que, al mismo tiempo, se insinúa como obra de teatro, que se está representando en un lugar supraceleste (¿el topos hiperuranos platónico?) y también una proyección cinematográfica que es sospechosa de “plagio” de la novela robada en cierta tienda de reparación de ordenadores adonde había ido a para el ordenador averiado del autor/creador.

La obra de teatro o, mejor y sencillamente, representación o intervención de determinados personajes en esa especie de “burbuja” o lugar indeterminado del “más allá”, del “otro lado de la muerte”, está dirigida por El Dire, trasunto de Dios y, de alguna manera, del creador de la novela. Consiste fundamentalmente en las intervenciones de los amigos de Joel, desaparecidos ya de su vida por la muerte de todos ellos, pero presentes en su corazón y en su memoria: Jesusín, Tino, Cheles… Éstos intervienen a través de un fantástico “ventanal”, bien por orden o autorización de El Dire o por iniciativa propia, para aclarar, comentar o añadir ciertos aspectos importantes para la trama novelesca.

La proyección cinematográfica es una versión incompleta, plagiada de la novela, que está visualizando el inspector Casado con el propósito de determinar el posible delito de “plagio”. Todo ello el autor confiesa habérselo inspirado el caso concreto, real al parecer, contado por la novelista Elena Soriano. Ello contribuye también a crear la curiosa atmósfera de hechos ficticios que se entrelazan con hechos históricos, así como personajes ficticios y personajes reales, algo muy del gusto de uno de los autores predilectos de Javier Bodas, Miguel de Unamuno.

Entre las muchas y escogidas devociones literarias del autor, dos destacan por su especial influencia en la novela: Unamuno y Pirandello. De Unamuno le viene a la obra el gusto por la interacción entre realidad y ficción. Como en la unamuniana “Niebla”, también aquí es un personaje, Jesusín, quien escribe el prólogo, y el autor es a un tiempo personaje de la novela. De Pirandello y sus “Seis personajes en busca de autor” le viene el recurso de que los personajes interaccionan con el autor, que viene a ser un personaje más que parece no dominar todos los resortes de ellos, viéndose interrumpido por la intromisión, a veces impertinente y atrevida, de los personajes que representan dramáticamente la obra y exigen su protagonismo desde esa especie de “burbuja” y “ventana” supraceleste en que se encuentran.

El tratamiento del tiempo en la novela es otro recurso que contribuye a la complejidad de la novela. El tiempo no es rectilíneo. Podríamos hablar de “tiempo curvo”, como se ha hecho a propósito de “Cien años de soledad” de García Márquez. Podríamos hablar de los “corsi e ricorsi”, idas y vueltas, progresión y retorno o “salto atrás”. Todo ello es aplicable a nuestra novela. El tiempo es laberíntico. No sigue el curso normal de los años. Es, de alguna manera también, circular: empieza donde termina y termina donde empieza: el tren, el viaje… Constantemente se nos obliga a “dar saltos”, hacia adelante y hacia atrás, hacia el futuro y hacia el pasado, sin previo aviso, lo cual exige al lector un esfuerzo continuo. El recurso, técnicamente llamado “flash back” (nombre que proviene de la técnica cinematográfica), le permite al autor crear el ambiente caprichoso y caótico de los recuerdos, que en la vida real aparecen desordenadamente y sin lógica aparente.

Este recurso suele conjugarse muy hábilmente con el “monólogo interior”. Éste consiste en la transcripción de los pensamientos del personaje en el instante mismo de su génesis en la mente. De ahí la denominación que se da al recurso: “stream of conciousness” (“fluir de la conciencia”). Puede aparecer en primera persona y lo llamamos “monólogo interior en estilo directo”, que es la forma más propia y común. El texto suele ir entrecomillado. Pero también puede aparecer en tercera persona, denominado “monólogo interior libre o indirecto”. De ambas modalidades hay sobradas y magníficas muestras en la novela. Y con frecuencia ambas modalidades se conjugan con habilidad en un mismo párrafo. He aquí una muestra de ello: “Al abuelo no solo le preocuparía el nacimiento de su segundo nieto, piensa Ángel, al recordar que él es el tercero de los que tuvo su abuelo antes de morir y nacidos en el pueblo. Su abuelo sabía que el padre de mi primo iba a irse a la capital a trabajar y después a hacer el servicio militar. Esa era su preocupación. Y además, la partida era muy poco después del nacimiento del nieto, sí de su primo, de Joel. Por eso es por lo que en aquel día abordara a quien era el padre de su nieto, para decirle, “Bueno, ¿qué vas a hacer con estos? Ya ves lo que te dejas aquí ¿no?” Señalando a madre e hijo, “¿Vendrás a por ellos, verdad?” “Sí…, sí…”, contestará el padre, mi tío Floreal, todo nervioso, con sus dieciocho años en aquel mayo del cuarenta y ocho, y sonríe al pensarlo mientras da una última calada a su pitillo contemplando a su sobrina nieta. Aquella era la preocupación real del abuelo, recuerda. Sí. Si aquel medio mozo todavía volvería a por su hijo y a por su madre, y se los llevaría con él a la capital, o si por el contrario seguirían allí en el pueblo, abandonados, en situación parecida, aunque por otros motivos, a su otro hermano mayor”.

La descripción es otro de los recursos empleados en sus diferentes modalidades. Destaca la descripción paisajística, muy especialmente en el capítulo “Café de puchero”. Es importante notar que el autor no se queda en una mera descripción realista, fría y fotográfica, a la manera de los novelistas del siglo XIX. Las descripciones paisajísticas en nuestra novela pueden ser definidas como “impresionistas”, a la manera de lo que hacían los escritores de la Generación del 98. Sobre una base de descripción realista, concretamente elementos reales del paisaje jareño, se superpone la emoción que ello produce en el alma del personaje y del autor, que en este caso coinciden: Joel. De suerte que llega a confundirse lo que ven sus ojos con lo que siente su alma. Diríamos que el paisaje jareño está visto aquí tanto con los ojos del alma como con los ojos de la cara. Véase en el fragmento siguiente cómo se conjugan los elementos realistas con la impresión que producen en el alma del personaje/autor, acrecentada por el uso de la metáfora trigal/mar: “El tío Bernabé sale de la cocina con un pequeño hacha y unos hatillos que le van a servir para esa labor de poda que viene a hacer y se dirige a la segunda hilera de olivas, del total de quince, que arrancan de la linde con el sembrado y que suben, monte arriba, en perfecta ondulación sobre la loma, deteniéndose en la cuarta oliva a empezar la tarea que le trae al guijo en este día. El niño le sigue a unos metros pero mira para atrás y algo llama su atención, deteniéndose y dejando seguir al abuelo con su labor. El mar de olas que tiene el sembrado, mecido por un viento fresco de la mañana, atrae su mirada y se detiene en la misma linde del trigal sin entrar en el olivar pues ese movimiento de verdes espigas le atrapa y le retiene frente a él observándolo desde ese punto más alto que la tierra sembrada…” 

Y el autor/personaje se complace en describir y saborear ese paisaje recién descubierto por sus ojos niños… y que siempre llevará impreso en su mente y en su corazón.

La descripción física de los personajes suele ser con pocos rasgos y, como en los casos siguientes, referida sólo a la vestimenta: “Elsa es una joven estudiante de casi diecinueve años…Luce pantalón vaquero azul claro, blusa rosa palo de manga corta, leve pañuelo al cuello granate con círculos amarillos y no lleva pendientes, ni pulseras, ni anillo alguno. Daniel tiene unos sesenta años y viste un pantalón vaquero azul oscuro con una americana azul clara de mil rayas blancas y camisa blanca de manga larga. Lleva sombrero de verano color hueso y del bolsillo del pecho de la chaqueta le asoman los picos de un pañuelo azul marino.”

Más interesantes son las descripciones sicológicas de los personajes, que sirven magistralmente para presentar su personalidad. Veamos como ejemplo el caso de Cheles: “Cheles no está hecho de la cuerda de los viejos y tradicionales militantes del pecé obedientes a una disciplina férrea, ni a los de Comisiones Obreras, y menos aún sintoniza con los terroristas responsables de un reciente atentado en España. Cheles es un ácrata visceral y así actúa en todo lo que hace, en todo lo que vive, y por su boca le sale a borbotones su manera de ser sin tomar las cautelas necesarias, de con quién está cuando lo dice, ni si lo que dice puede herir susceptibilidades. Él es así.”

Muy interesantes y de gran efecto simbólico resultan ciertas digresiones de carácter culto que el autor realiza con gran acierto y a las que dedica sendos capítulos: “La Escalera de Jacob”, “Camino de Santiago” y “Nunca más servir a señor que se pueda morir”. “La Escalera de Jacob” (por la que suben y bajan ángeles, según el pasaje bíblico) le sirve al autor para evocar la subida del impedido Jesusín a la Bola del Mundo y, al mismo tiempo, la relación de ida y vuelta de los personajes que habitan la “burbuja” o “ventanal” e interfieren con los que, abajo, en la tierra, viven el quehacer de cada día. El “Camino de Santiago” incide en el simbolismo del “viaje”, en este caso como purificación y reencuentro con el recién desaparecido Tino a través de la naturaleza (el pájaro que les acompaña durante buena parte del camino). “Nunca más servir a señor que se pueda morir” es la reflexión que al autor le inspira el célebre cuadro Conversión del Duque de Gandía incluido en una exposición del Museo del Prado que describe el momento en que el Duque de Gandía, al contemplar el cuerpo en corrupción de la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, decide abandonar la vida mundana y el poder para ingresar en la Compañía de Jesús, llegando a ser el gran San Francisco de Borja. La frase que pronunció el Duque de Gandía (“nunca más servir a señor que se pueda morir”) resuena en los oídos del autor/personaje Joel de forma continua durante varias semanas. Su corazón queda tocado. Lo más grande del ser humano es su capacidad de amar a los demás y darlo todo por los demás. De ahí que Joel se preste a ayudar desinteresadamente al hermano Antonio, a Abubakar… y colaborar con la exposición Artistas Solidarios y los proyectos humanitarios de la asociación Acción Liberadora. Un peldaño más, un hito más en ese “camino de perfección” en que termina convirtiéndose la novela.

En conclusión, “Victoria también era esto” se nos revela como una novela histórica, pero también una novela autobiográfica, en buena parte novela social y, desde luego, novela existencial. ¿Qué significa todo esto? Que estamos ante una novela total, una novela que guarda en sus entrañas, para nuestro deleite, buena parte de los hallazgos e innovaciones de la gran novela del siglo XX, iniciando la andadura de la novela del siglo XXI.
                                               José Maria Gómez Gómez

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