El profesor Sergio Santiago Romero reseña Varados en el silencio: La narración atraviesa una y otra vez los portales entre el orden real de la vida y orden ficción al de las palabras;

Os dejamos esta reseña de Varados en el silencio, la novela de Rosa Blas Traisac. El texto corresponte a Sergio Santiago Romero, Profesor de la Universidad Complutense. ¡Esperamos que os guste!

Varados en el silencio propone un viaje, pues la narración atraviesa una y otra vez los portales entre el orden real de la vida y orden ficción al de las palabras; un camino de ida y vuelta que va hilvanando con suaves puntadas un texto. Tesa comprendió que escribirse,  no es tan sencillo como en origen pareciera. Busca entonces un efecto distanciador que la objetive, que la convierta en materia novelable; un dispositivo que ficcionalice la escritura de su ser y, por fin, distancie el mundo de la vida y el del arte para que la representación sea posible. Entonces, Tesa encuentra a Daniel y a su trasunto, Gerard, su otro-ficcional, el otro yo que todos somos cuando nos miramos desde fuera. Daniel y sus entrevistas con los antiguos amantes de Tesa son el pre-texto que permitirá a Tesa ser sujeto de su novela, El gran fraude, versión de su vida y su preclara comprensión de la lucha de sexos, la castración de los hombres y la garra letal del patriarcado.

Me cautivó el primer título, El ardor de las sirenas, porque me hacía viajar a la literatura. Me llevaba de cabeza a Homero y su Odiseo, a quien Nietzsche solía definir como «el tipo helénico clásico», esto es, un bravucón inmisericorde, irracional y desconsiderado: quizás el primer o segundo macho alfa de occidente. Me llevaba también al contraste entre aquellas damas del mar, las sirenas, sensuales y poderosas, y aquella otra mujer incapaz para la vida, Penélope, negadora de sus sueños y prototipo inmemorial del ángel doméstico. Me trasladaba, por último, al choque entre aquellos dos mundos, el viril-tiránico y el de la hembra poderosa que con su canto decide el rumbo desastroso de los barcos patriarcales. Me imaginaba a Ulises tapando con cera sus oídos para ignorar el canto de las diosas madres, para desatender la voz de la mujer libre que grita desde el fondo de las olas o a La sirena varada de Alejandro Casona donde el personaje de la sirena, elemento fantástico y simbólico que indica en ambos textos la introducción de una nueva interpretación de la condición humana o la belleza del verbo varar, y de la gran tristeza que causan esos gigantes cetáceos, en todo lo demás invencibles, que quedan atrapados en la tierra porque han nacido para la libertad que impone el mar.

El enigma radica en « una avería» en aquel sistema con el que los hombres fijan el rumbo de sus vidas. Ya se lo contó Homero a la Humanidad hace miles de años: los marineros cegaron con cera sus orejas y no escucharon jamás la voz de la mujer, su compañera en el fraudulento negocio de la creación y la apasionante aventura de la vida. ¿Cómo no iban a errar el rumbo si desoyeron a la mitad de la especie? ¿Cómo no iban a encallar en sus miedos y frustraciones sino se dejaron acunar por el canto de las sirenas que arden de amor?

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