Golpe a la Violencia de Género, por Gabriel Monte Vado: ¿Qué estamos haciendo mal?

¿Qué estamos haciendo mal? Contrariamente a lo que se podría suponer la gran lacra de la violencia de género va en aumento. Es cierto que está dejando de ser un asunto privado y que las víctimas, fundamentalmente mujeres y niños, son menos invisibles ante la sociedad; pero los casos van en aumento y el problema sigue estando ahí.

Todos los informes sobre violencia de género coinciden en que las convicciones machistas persisten en los jóvenes españoles. Un porcentaje preocupante de ellos siguen pensando que la mujer debe permanecer en su casa y que el hombre es el que debe tomar las decisiones importantes en la pareja. Los datos nos dicen que la violencia de género, lejos de remitir, está plenamente asentada en algunos sectores de la sociedad, hasta las nuevas tecnologías (las redes sociales) reflejan las desiguales relaciones de poder entre chicos y chicas. ¿Cómo es posible? Quizá sea cierto que no hay más ciego que el que no quiere ver. Quizá no nos hayamos tomado el asunto con toda la seriedad que requiere. Quizá los varones vivamos cómodamente mirando para otro lado mientras disfrutamos de nuestros privilegios, y algunas mujeres, cegadas por el reconocimiento de la igualdad por parte de nuestras leyes, crean que el problema está en vías de solución, cuando el plano teórico es uno y la cruda realidad es otra.

Pero no, el origen de la violencia de género está en unas relaciones de poder sustentadas por unas estructuras culturales injustas y caducas que inexplicablemente persisten en el subconsciente colectivo. Si no se actúa sobre ellas y pretendemos acabar con el problema sólo con medidas judiciales y policiales no lo erradicaremos; debemos eliminar los aspectos más dañinos de la mentalidad machista de parte de nuestra sociedad. Conviene recordar que la violencia de género no es sólo física sino psicológica (aunque ese aspecto sea menos visible) y se alimenta de estos comportamientos arraigados. Para los maltratadores, la mujer y los hijos son de su propiedad, y por lo tanto pueden disponer de ellos a su antojo; no tienen derechos, sólo obligaciones ante su persona. Es responsabilidad de todos erradicar esa degenerada educación que recibieron y que pueden estar recibiendo algunos de nuestros jóvenes.

Sí, la eliminación de la violencia de género también requiere la utilización de medidas policiales, judiciales y asistenciales, pero sin una conciencia social firme estas medidas no servirán de nada. Si seguimos considerando a las mujeres y a los menores sólo como víctimas y no como titulares de derechos, como iguales, no habremos conseguido nada.

Es imprescindible la formación en valores como la igualdad y la tolerancia. Estos valores deben figurar especialmente en el programa educativo, para que no se diluyan en el maremágnum académico que prima más los conocimientos prácticos, y su divulgación no dependa sólo de las buenas intenciones de algunos educadores. Las autoridades deben apostar, de una vez por todas, por una educación comprometida con la igualdad.

Pero un problema tan complejo requiere de la ayuda de todos. Los medios de comunicación deben colaborar para erradicar estos estereotipos. Ha de implicarse toda la sociedad, y en especial los varones. Todos sabemos de alguna mujer que ocupando los mismos puestos de trabajo que cualquier hombre reciben menos remuneración. Todos sabemos de trabajadoras que cuando vuelven a sus casas deben afrontar las tareas del hogar prácticamente sin ayuda. Todos sabemos de amas de casa que son menospreciadas injustamente por su trabajo. Todos hemos oído comentarios que pretenden minimizar el problema, como que hay denuncias falsas (desgraciadamente las hay en todos los delitos, para eso están los jueces y la policía), y que algunos hombres son también agredidos (y merecen igualmente toda nuestra protección y apoyo); cómo si eso justificara la indefensión de las demás mujeres y niños maltratados, que son mayoría. Estos comportamientos y justificaciones deben de ir desapareciendo y para ello se necesita de todos los apoyos posibles; también de los escritores. Por eso cuando “Ediciones Atlantis” decidió dedicar un libro de relatos cortos a la violencia de género me pareció, no sólo una gran idea, sino, en lo que a mí respecta, una obligación moral.

Los libros no suelen resolver problemas, aunque algunos lectores busquen respuestas en ellos. Dan esa sensación porque tienen la virtud de hacer pensar, de remover conciencias. En realidad es el lector el que encuentra su propia solución espoleado por lo que lee. Ningún escrito resolverá el complejo problema de la violencia de género, pero si dará que pensar, hará que se propague el mensaje que lleve a la concienciación de toda la sociedad. Ese es el gran poder de la palabra escrita y utilizarlo para defender una causa justa la realza especialmente.

Gabriel Monte Vado.

Publicado en www.edicionesatlantis.com 
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