Ediciones Atlantis publica “Cuarenta grados al amanecer”, del autor madrileño Manuel Godino Una novela urbana donde su protagonista llevará a cabo una lucha con su mundo interior. Una historia plagada de elementos realistas que estremecerán al lector.
¿Cómo surgió la idea para escribir esta novela?
El origen de esta novela se remonta a los años 90. Tendría yo entonces 23 o 24 años y estaba fascinado por la obra de Dostoyevski, que era mi principal influencia. Después de haber leído sus Memorias del subsuelo, e influido también por la poesía de Baudelaire y la película La mamá y la puta del francés Jean Eustache, concebí esta historia en la que el amor une y puede salvar del desastre a sus dos jóvenes protagonistas, que viven en difíciles y adversas circunstancias. El manuscrito quedó perdido entre mis papeles hasta que, hace un par de años, lo encontré, lo leí y pensé que, a pesar de su precariedad, se podía aprovechar por la intensidad de la trama y la pasión de sus personajes. Así que decidí restaurarlo, aportándole la técnica y los conocimientos literarios que he adquirido en los casi 30 años que llevo escribiendo.
¿Hay algo de biográfico en ella o son todo elementos de ficción?
Creo que todo personaje protagonista tiene algo de su autor, es casi imposible aislarse de la propia conciencia y la experiencia vital. Yo en los 90 era un joven rebelde y contestatario y de alguna manera eso queda reflejado en Phablo, el protagonista. Pero este tiene más mala leche de la que he tenido yo nunca, es un joven cínico y subversivo, muy crítico con lo que conoce y le rodea, que es el Madrid de finales de siglo. Por lo que respecta a Sol, la protagonista, su imagen y su temperamento se basan en una chica de la que yo andaba enamorado en esa época; pero solo eso, pues Sol está envuelta en una vida salvaje y al margen de la ley que yo ideé para que, sumada a las condiciones deplorables en las que vive Phablo, el amor fuese un sentimiento tan puro como puesto a prueba y desafiado en situaciones límite. La trama, por otra parte, es totalmente ficticia.
¿Qué sentimientos te ha provocado?
Encontrarme con esta historia 20 años después de escribirla me causó una gran sorpresa: descubrí que como autor y como persona había cambiado muchísimo, tanto que no me reconocía del todo a mí mismo en las páginas que había escrito tanto tiempo atrás. Sin embargo, me gustó y me pareció muy interesante cómo yo, en los 90, podía expresar con tanta fuerza diversas pasiones y comunicar una innegable tensión dramática. Ahora, no obstante, escribo bastante mejor que entonces. Así que esta novela es el resultado de combinar lo mejor de mí hace 20 años con lo mejor de mí en la actualidad. Es algo especial, esperanzador y satisfactorio.
¿Qué te impulsa a escribir? ¿Qué te impulsa a leer?
Siendo aún un joven aprendiz de escritor, era tan absurdamente riguroso que solo leía autores que hubiesen fallecido y pasado a la historia superando el desgaste del tiempo. Hoy en día no soy tan crítico: me encanta Vargas Llosa, me encantaba el recientemente fallecido García Márquez, me gusta mucho cómo escribe Javier Reverte... Yo leo para disfrutar y aprender, así que procuro fijarme en quienes pueden aportarme las mejores enseñanzas, grandes maestros de hoy y ayer. Las referencias literarias que aporta Phablo, el protagonista, en esta novela, son también las mías. Escribir es mi pasión, mi vocación desde la adolescencia, el amor intelectual de mi vida. Esta será mi tercera novela y, aunque las tres son totalmente distintas, las tres tratan de amor; el amor, sin duda, me impulsa a escribir. No solo prosa, también poesía que espero que algún día vea la luz.
Si pudieras cambiar algo en este mundo a través de tus relatos, ¿qué sería?
No sé por dónde podría empezar: trataría de imponer paz y cordura. No me gustan los extremos, ni el comunismo ni el fascismo, creo en la tolerancia, el respeto y la democracia. En mi novela, aunque Phablo es un joven desarraigado y algo oscuro que solo se preocupa por su propio ombligo, a veces aporta elementos positivos: su crítica del capitalismo, mediante la cual expresa la necesidad de que la riqueza, tan enormemente descompensada en el mundo, se reparta con más generosidad y justicia, podría hacerla mía en líneas generales, matizando que yo creo más en la libertad de occidente, a pesar de todo, que en cualquier otra cosa.
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