P: Tu novela juega con la tradición de los cuentos de fantasía, pero también la desmitifica con buen humor. ¿Cómo encontraste el equilibrio entre la épica y el humor en la narración?
R: Encontré que la clave estaba en no tomarse nada en serio. La fantasía, con toda su grandeza y mitología, se vuelve mucho más disfrutable cuando se le añade una pizca de irreverencia. Al mezclar el peso de los juramentos sagrados con situaciones absurdamente humanas, encontré un escenario en el que me sentía muy cómodo escribiendo.
P: La idea de los juramentos como fuente de poder y, a la vez, como posible condena es muy original. ¿Cómo surgió este concepto y qué querías explorar con él?
R: Los juramentos me parecieron la metáfora perfecta de nuestras propias promesas: pueden hacer que alguien confíe en nosotros sin dudar o condenarnos si se rompen. Creo mucho en el poder de la palabra y en el honor que hay tras ella, algo que está pasado de moda, pero que siempre tenemos tiempo para recuperar. Hay algo mágico en dar tu palabra a alguien y cumplirla, así que le di un empujoncito a esa idea.
P: Adam es un protagonista imperfecto, lleno de dudas. ¿Qué querías transmitir con su viaje y cómo construiste su evolución?
R: Con Adam quise reflejar al héroe real, ese que no es elegido por una leyenda, alguien que tropieza y, sin embargo, sigue adelante. Su viaje es una invitación a reconocer que la grandeza no radica en la perfección, sino en la capacidad de aprender de cada error. Es un recordatorio de que, en ocasiones, los héroes nacen tanto de los aciertos como de los tropiezos.
P: ¿Hay obras, literarias o de otro tipo, que inspiraron el tono y la ambientación de Rompejuramentos?
R: En el libro hay guiños a Shusterman, a Rothfuss y a tantas otras mentes brillantes que he podido disfrutar entre páginas, pero siempre, siempre, siempre Pratchett e Ibáñez a la cabeza.
P: Los diálogos son vibrantes y vivos, aportando un gran dinamismo a la historia. ¿Cómo trabajaste este aspecto y cuánto hay de planificación o improvisación en ellos?
R: Los diálogos nacen de una mezcla de haber leído mucho y del placer de dejarse llevar por la espontaneidad. La intención era que las palabras se sintieran vivas, casi como si tuvieran mente propia, permitiendo que surgiera un humor natural y una cadencia que reflejase una personalidad única de cada personaje.
P: En un mercado saturado de fantasía que repite fórmulas, tu novela se siente fresca y diferente. ¿Qué opinas sobre el género hoy en día y qué crees que le hace falta?
R: Ante todo gracias, me siento halagado porque es lo que esperaba conseguir con Rompejuramentos. El género de la fantasía, a menudo, parece un festival de fórmulas recicladas. Lo que creo que necesita es una buena dosis de originalidad, esa capacidad de mirar hacia adentro sin perder la mirada en lo absurdo. Creo que la fantasía actual tiene que atreverse a reírse de sí misma y reinventar sus mitos, sin perder esa chispa que la hace tan entrañable. Y recordar los clásicos nunca viene mal. Si no, sólo hay que releer la magnífica escena de “El Hobbit” en la que tres trolls pasan la noche discutiendo cómo cocinar a los enanos hasta que se les hace de día y se convierten en piedra o el dialogo de la princesa prometida en el que Iñigo Montoya le ofrece una cuerda a su adversario para ayudarle a subir aun advirtiendo que le matará. A eso es a lo que me refiero.
P: La historia deja abierta la puerta a más aventuras en este mundo. ¿Tienes pensado seguir explorándolo en futuras novelas o prefieres dejarlo como un relato autoconclusivo?
R: La idea original era que fuese autoconclusivo. Fue un reto que me puse a mi mismo porque no me creía capaz de escribir fantasía, mucho menos de crear un mundo propio con normas (casi) complemente originales. Al acabarlo y dejarlo reposar un tiempo empezaron a llamar a la puerta de mi cabeza ideas nuevas, hasta el punto de que tengo hasta seis posibles libros para continuar la historia de Adam y Lis.
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