Saboreaba las ultimas caladas del cigarrillo cuando vi llegar a Calambres, llevaba puesta una viaje americana con coderas, una mochila con poco peso echada al costado y una camiseta con una calavera mejicana, su cara lo decía todo… ¡¡¡Madrid nos espera compañero!!!.
No es la primera vez que desembarcábamos en la capital, ya conocíamos la suciedad recalcitrante de los espesos bares de la capital pero esta vez íbamos con la intención de mezclarnos con la de la crema de la intelectualidad, de codearnos con los más grandes. Bajo el sobaco llevábamos una novela que habíamos escrito, y que desde Ediciones Atlantis nos habían invitado a pasearla por la Feria del libro, todo una excusa para meternos en el papel de crooners literarios y desvariar por los madriles… ¡¡¡como decir que no!!!
El tren nos acuno en un viaje cómodo y amable. Durante el trayecto nos dio tiempo a disertar sobre lo humano y lo divino. Nos descarnamos hasta mostrarnos los huesecillos y volvimos a vestirnos con nuestro músculos y tendones. Calambres y yo nos conocemos desde hace mil años, nos gusta desvariar en nuestro propio despelote mental, siempre es así.
Llegamos a Madrid y saltamos al campo de batalla, nos lanzamos sin remedio al caos armonioso de sus calles, de sus gentes, de esa sensación de que lo imprevisible es posible, de sentirse ya parte del decorado. Nos aguardaba la barra del Hotel Fenix. Calambres había hecho los deberes, y él, que es hombre de sensibilidades extremas y miradas de riesgo, había conseguido el aval de José Luis Garcí para poder degustar los mejores Dry Martini de la ciudad. Entramos en el vestíbulo del hotel y nos transportamos al Nueva York de los años 30, se respiraba lujo y ostentación, belleza y clase. Los camareros te saludaban golpeando el dedo índice y el anular en el pecho de su flamante chaquetilla, saludaban como los políticos de la antigua Roma, se respiraba mucho estilo. Uno de ellos nos llevó hasta la barra del bar y nos sentó en una esquina discreta, allí le dimos rienda suelta a los martinis y a la noche.
Al día siguiente nos fuimos a la Feria del libro, caminamos por las interminable calles del retiro parando en todas las casetas, perdiendo la mirada entre los libros, la gente, los libreros, los puestos de información, entre aquel bullicio tan agradable. Vimos a escritores consagrados, a noveles como nosotros, actores, cantantes, princesas, presentadoras estrella, y a Arrabal y a Carbonell, y a Aute, y a Marsé, y a Millas y a un tipo, que no era, pero se parecía a un primo que tengo en León. Vimos a un montón de gente firmando libros, otros comprándolos, y otros como nosotros, simplemente mirando. Una gran olla donde el ingrediente estrella es el libro en su estado sólido… o húmedo, si era uno de la Colección Sonrisa Vertical de Berlanga.
Por la tarde tocaba el momento de éxito, los 15 minutos de gloria como dijo Warhol, y desplegamos las alas y disfrutamos del momento. Vimos el río desde la otra orilla, y fue toda una experiencia para unos neófitos como nosotros. A los escritores más experimentados se le escapaban alguna mueca de disconformidad cuando los veías sentados en su pequeño púlpito improvisado, pero a nosotros no, nosotros nos expusimos, los vivimos, lo sentimos con la máxima de las intensidades posibles. Disfrutamos de los comentarios de los amigos y de la familia que se acercaron por allí. Compartimos algunas confidencias con gente desconocida que preguntaba por la novela, agradecimos cualquier comentario o reflexión que le había provocado. Agradecimos cada palabra desde lo más profundo de nosotros. Sentimos todo lo que compartimos y abrazamos a todo el que pillábamos. Lo vivimos sin censuras.
Hay experiencias que te empujan, que te hacen más fuerte. Hay otras en cambio que te debilitan y te dejan hecho jirones. Pero luego también hay otras que marcan y te dejan huella, que te cambian y te hacen sonreír sin motivo.
Desde aquella tarde en el retiro seguimos siendo los mismos, nada ha cambiado, pero a veces, sin darnos cuenta, nos miramos y se nos escapa una sonrisa de esas, sin motivo.
La vida es un viaje imprevisible que te lleva a lugares inesperados.
Ahora estamos esperando nuestro próximo tren Calambres y yo pensando… ¿a dónde nos llevará la vida esta vez?.
J. M. RODRIGUEZ
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