Félix Arribas sobre su experiencia en la Feria del Libro: "Me habéis dado la oportunidad de revivir un pasado. Pero en esta ocasión como protagonista de un evento al que solo tenían acceso los privilegiados de la pluma"

El batería de 'Los Pekenikes', Félix Arribas, estuvo firmando ejemplares de su primera novela 'Vida gris', el pasado 28 de mayo. Lo hizo junto a su compañero de banda, Ignacio Martín Sequeros, y esta que nos manda, fue su experiencia.

El Parque Retiro fue para mí uno de los mayores objetos de deseo en plena adolescencia. Aquellos finales de los 50´s representaban una cita de libertad después de una semana de colegios.

Juancito, el Gordi y yo, éramos como el sello en la carta. Las vivencias  de nuestra adolescencia nos hicieron inseparables. Vecinos de las casas de militares del Pº de María Cristina, teníamos el Retino a escasos metros de nuestro barrio. 

El domingo el plan tejido era inalterable en nuestros hábitos cotidianos: La "miloja" por 1,50 pesetas de la pastelería La Cervantina, y el vermut de Bodegas Casas (cuando el presupuesto de la escasa paga daba para ello),  eran factores imperdonables

Luego ya por la tarde la obligada visita al Retiro conformaban nuestro trazado inalterable. 

Con cuidado saltábamos los setos que cercaban los pinos centenarios, en aquella época en el Retiro, todo estaba prohibido y rodeado de aligustre insondable y con pena de multa si pisabas el césped. Una vez traspasábamos el umbral prohibido,  rebuscábamos los piñones caídos de los pinos. 

El Lago representaba la calma. Y junto a la pequeña playa que se formaba junto al monumento dedicado a Alfonso XII, elucubrábamos tratando de arreglar el mundo.

Un suceso importante fue cuando un amigo del barrio, Paco, se escapó de casa y se refugió entre unos matorrales junto al Observatorio de Madrid pegado al Retiro. No le faltaron los víveres puesto que un desfile de compis le llenamos la despensa con latas de sardinas, chuscos del Gobierno Militar y alguna que otra manta. Paco, el fugado, acabo en un correccional y a los pocos días de su alta preparo el petate y  como emigrante se fue e a Alemania para trabajar en una fábrica de cristales para gafas. Corrían los años 1959.

Pero no todos los domingos ofrecían el mismo carisma. En el Retiro había dos sucesos al año que le daban mayor atractivo. Una eran las Carreras de Motos, sobre todo las de sidecar, y el otro la Feria del Libro.

En el primero, en las carreras, recuerdo la astucia de escondernos debajo de la tribuna para ver las piernas de las mujeres, y quien tenía la fortuna de divisar alguna braga, rápidamente nos avisaba para hacernos partícipes del hallazgo.

La otra ocasión, cuando se celebraba La Feria del Libro, el objetivo consistía en a ver quien se equipaba del mayor número de catálogos y propaganda que las editoriales ofrecían.

Las celebridades que ofrecían sus firmas se me representaban como dioses en el Olimpo. Nada de estar sentados en una silla, a estas las veía como tronos adornados de dispendios en orfebrería y tules alados al aire. El hecho simple de mirarles significaba ningunear algo que no me pertenecía por no estar a la altura de semejante cargo.

Mi amigo Juancito desapareció entre ocupaciones que nadie supo desvelar. Al Gordi, compañero del alma y al que tan ligado me sentía, el puto destino le tendió una trampa. Y Un día le cito en un lugar inaccesible en donde nadie tiene derecho a acudir si no es con billete sin retorno. Esa pérdida causo en mi una despedida que aun me cuesta superar. Y la imagen con su traje gris azulado con camisa y corbata estrecha, y sus 16 años, me vienen a la mente siempre que cruzo el Parque del Retiro. 

Yo tome derroteros en mundos que me esperaban por sorpresa. La música me adopto y quiso que me alistara colocándome una venda para que solo pudiera sonidos y ritmos.
      
Han pasado unas cuantas docenas de años y con la mente relajada me atreví a escribir mi primera novela. Anteriormente lo había hecho con cuentos de menor cilindrada. 

Gracia J y gracias Editorial Atlantis. Me habéis dado la oportunidad de revivir un pasado en la caseta 358 de la Librería Salamanca. Pero en esta ocasión como protagonista de un evento al que solo tenían acceso los privilegiados de la pluma.

Por eso es tarde cuando me encamine a la caseta 358 lo hacía mirando insistentemente a mi alrededor. El Paseo de Coches del retiro se me hacia interminable. Trataba de encontrar la alfombra roja que me conduciría a la caseta pero no la encontraba. Tuve que imaginarme ser acompañado de ujieres con indumentaria de gala calmar las ansias de gloria que se me desvanecían al no ver gentío a mi alrededor.

Una vez dentro de la caseta supere la crisis que derrotaba mi cita. La gente que pasaba y se detenía comenzaba a mostrarse racionalmente. Al principio parecían que se movían como  patos de una caseta de feria en el que el movimiento se hace a través de una cinta sin fin.

La conmoción llegó al paroxismo cuando alguien me demando la novela " VIDA GRIS".  

La silla que entonces me acogía fue cuando en un instante, tomo carácter de trono alado aireado de tules blancos. Me apoyé para comenzar la dedicatoria, que mas bien y dado al momento culminante de la situación podría tratarse de la firma del cuadro de las Lanzas "El Rendimiento de Breda" de el Greco. 

¿Debería sentirme intruso en un terreno como escritor ajeno a mi profesión siendo batería de Los Pekenikes?. La incógnita se desveló cuando después de que la cajera de la caseta 358 ingresara en la caja el dinero de los libros que había vendido.

"Todo es bueno para el convento" , le decía el abad a un monje que llevaba una puta a cuestas.

Antes de acabar el acto de la firma me relaje unos minutos y en la  plegaria que bañaba mis sueños trate de vislumbrar entre los viandantes a Juancito y al Gordi. Seguro que les habría hecho la mejor dedicatoria que una pluma puede describir a unos amigos que formaron parte de mi historia. 

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