En Ediciones Atlantis, sabemos que tenéis ganas de seguir conociendo a Jota. Así que, para sobrellevar la espera hasta que llegue a librerías, os dejamos el segundo capítulo de 'Y yo a mí' , una novela romántica, fresca y divertida escrita por la periodista vallisoletana, Elsa García.
-2- Jota
A
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las nueve y media, Nit llama a la puerta de mi casa. Como
un clavo. Su puntualidad inglesa riñe mucho con mi costumbre de no llevar nunca
reloj, pero como me quiere, ha aprendido a tomárselo con calma conmigo.
―Entra y rebusca por la cesta de los pendientes, los plateados
esos gigantes que quieres tienen que estar por ahí.
―¿Aún maquillándote, tía? Venga, joder, que Álex y Javi
me han escrito hace un ratillo que ya iban de camino.
―Vale, vale. Termino en nada. Cogemos taxi. Yo lo pago.
Culpa mía.
―Deja de correr por el pasillo que todavía celebramos el
cumpleaños de Gael en Urgencias. Estás preciosa, por cierto.
―¡Tú también! Cómo me gusta cómo te queda el rojo…
―¿Sí?, mira que yo me he visto un poco exagerada. ¿No
queda todo muy ‘mujer fatal’ con este color de pelo?
―En absoluto. Estás impresionante.
Javi y Ga ponen los ojos en blanco y empiezan a
separarnos para que cada una termine con lo que tiene que hacer y podamos
marcharnos. Y menos mal, porque estaba a punto de pedir a Nit que me dejase
probarme esos taconazos que trae por si me los presta para el siguiente fin de semana.
Qué vicio tengo con los tacones, madre.
Con el tiempo justito (bueno, diez minutillos tarde, pero
para ser yo, no está ni tan mal) llegamos a Xaloc
y nuestros cuatro amigos se descojonan cuando Nit y yo comenzamos a dar
saltitos alrededor de la mesa llena de los típicos vasos rojos de birra-pong,
las bandejas de montaditos y los globos de mil colores que los camareros han
distribuido por la zona del fondo del bar para celebrar como Dios manda los 28
añazos de Ga.
Como es primera hora, sabemos que tenemos libertad para
comer algo y jugar un rato antes de que aquello empiece a llenarse y ya no
podamos pedir canciones rancias en la cabina del DJ.
―Me flipa tíos, muchas gracias ―apunta Ga, encanta-do―.
En un rato, Jota se camela a los camareros y brindamos con unos cuantos
tequilas.
Creo que no recuerdo la última vez que alguno de mis
amigos me llamó por mi nombre completo. Y no creáis que no me fastidia un poco,
porque me encanta. Jimena. Suena importante.
Dicen que sólo me falta que me cuelgue algo entre las
pier-nas para ser un tío más del grupo, así que no les parece lícito llamar-me
por un nombre de chica. Aunque casi agradezco el diminutivo elegido a raíz de
la inicial. ‘Jime’ no me suena muy bien, por mu-cho que lo escribiesen con ‘j’
y no con ‘g’.
―Creo que al de la camiseta del escote interminable
puedes camelártelo mejor tú que yo ―respondo a su provocación muerta de la
risa.
―Eso que le asoma por el pico del cuello, ¿es un puto
perro muerto? Madre mía… existe la depilación láser.
Empezamos pidiendo unos cócteles rosas que no tengo ni
idea de qué llevarán, pero están buenísimos. Es como tomar flash de fresa con
un regusto amargo. No sé si marida bien con el bocadillito de cerdo
deshilachado con miel y mostaza que estoy tomando, pero oye, siempre puedo
tomar el siguiente trago con el montado de pollo braseado y queso brie.
Cuando vamos por el tercer vaso del mejunje rosáceo veo
que Ga mira el móvil y sonríe. Actualmente, sólo hay un hombre en su vida que
consiga eso.
―¿Ha llegado Enzo?
―Sí, voy a salir a buscarlo y que cene algo antes de que
arraséis con todo, ¡que parece que no os hayan dado de comer en una semana!
No le doy tiempo ni a que se dé la vuelta, porque empieza
a sonar el “Tengo el corazón contento”
de Marisol y desaparezco en-tre gritos buscando a Nit para bailar con ella como
si de aquella actuación dependiese nuestra entrada en Fama.
Cuando Pepa Flores termina de cantar al amor, Raffaella
Carrá nos pide aquello de “explota,
explótame, explo… explota, explota mi corazón” y claro, a los golpes de
melenas y caderas se une hasta Álex, porque no se puede no hacerlo con una
canción así.
Tan metida estoy en mi papel de gogó setentera que hasta
que Ga no grita mi nombre por tercera vez ni me entero.
―¡Jota, joder, que ya me has dado dos veces con el pelo
en toda la cara! ―partida de risa paro a ver qué quiere y me doy de bruces con
el tío más guapo que he visto en mi vida… ¿qué narices en mi vida? En mis sueños
tampoco los he visto así―, ¿te acuerdas de Enzo?
¿¿Perdonaaaaaaa??
Ese cerca de metro noventa de morenazo con los ojos azules,
las espaldas más anchas que Thor, pómulos y mandíbula completamente marcada,
barba de tres días, nuez enorme y cejas súper pobladas, ¿es Enzo? Juro que lo
recordaba menos… menos todo.
―Eh, sí claro, más o menos…
―Enzo, imagino que recuerdas a Jimena; bueno… Jota, que
es como un colega más.
―Sí, más o menos ―repite divertido.
Como para no estar pasándoselo teta. Tengo unas pintas de
loca dignas de inmortalizar, con los pelos como si hubiese ido de la mano con
Helen Hunt en Twister de tanta vuelta emulando a la rubia italiana y las
mejillas más rojas que Heidi por los calores de la discoteca.
Por la manera tan fija en la que me mira este Dios
griego, con la cabeza ladeada y media sonrisa asomando a sus perfectos y finos
labios, igual tengo hasta un moco asomando.
Como ya estamos todos, Edu propone empezar a jugar un
rato al birrapong. Hacemos equipos y como somos impares nos cuentan como una
sola persona a Nit y a mí. No es nada en plan machitos, es que Nit y yo somos
realmente malas a esto. Yo tengo un aguante envidiable, he tumbado a Javi y a
Ga más de una vez saliendo de copas, pero no daría al muñeco Michelín con una
naranja ni teniéndolo a cinco metros. Cuando Dios repartió la puntería, yo
debía estar en el baño.
Nit la pobre es que es descoordinada sin más. Verla
bailar te alegra la noche. Pero ella opina que si te lo pasas bien haciendo
algo, deberías de hacerlo siempre sin importar si se te da bien o no, o si te
van a mirar o a reírse de ti por ello. Es una filosofía ma-ravillosa. La
confianza que tiene es una de las miles de razones por las que la quiero tanto.
Javi y Álex nos hacen de flancos en nuestro lado de la
mesa y empieza la guerra.
Para mi sorpresa y la de todos los presentes que me conocen,
comienzo encajando las dos pelotas de ping pong en el mismo vaso, hecho que el
idiota de Ga se empeña en inmortalizar con una foto.
Hace bien, porque este fenómeno no se vuelve a repetir en
la siguiente media hora que dura el juego hasta que Nit y yo desis-timos y nos
vamos a por copas para todos.
―¡Qué asco de juego! ―se queja Ana.
―No te gusta porque damos pena intentando acertar.
―Bueno, en eso tienes razón. Javi tiene mucho más arte
metiéndola ―dicho lo cual, empieza a descojonarse sola. ¡Ay, Diosito… ya va pedo!
―Madre mía, Nit, creo que voy a pedirte agua las siguientes
dos rondas.
―De eso nada, ¡tequilas para todos!
Cuando empiezo a fracasar en mi intento de sujetarla para
evitar su cruzada para saltar la barra y amarrarse a la botella de José Cuervo
como si fuera un biberón, aparece uno de los camareros riéndose por lo bajines.
―Pues sí que tenéis sed…
―¡Aaaaah! ¡¡Me encanta esta canción!!
Y con las mismas, Nit baja la rodilla que ya tenía
anclada en el inicio de la barra y se pone a bailar como un pato pequeñito y
encantador.
―Hola, no sé cómo te llamas, pero te vas a convertir en
mi mejor amigo esta noche ―le suelto de corrido al incrédulo camarero. Seguro
que el pobre pensaba que hasta dentro de un par de horas no iba a tener que
aguantar a taradas pasadas de copas… Ingenuo.
―Soy Pablo y me encantará ser lo que tú quieras esta
noche.
Uy, lo que me ha dicho...
Vuelvo a mirar a Pablo, porque tan pendiente como estaba
de Nit, no me he dado cuenta de que no está nada mal. Castaño, buena espalda, algo
bajito, pero con ojos bonitos… Bah, mira por donde la noche se acaba de poner
un poquitín más divertida. Sólo un poco.
―Pues, de momento ―resalto ese ‘de momento’, que lo
pille…―, voy a necesitar que cada vez que te venga a pedir, lo de ella lo pongas
sin alcohol, pero disimulando ―le explico señalando a mi amiga―. A ver si
consigo que se le baje un poco sin que se me ponga brava, que es muy temprano
aún.
―Hecho. ¿Algo más? ―Me sonríe de forma provocativa al
hacerlo y a mí me apetece jugar tanto como a él.
―Pues somos siete, así que ocho José Cuervos, que ima-gino
que no quieras dejarme sola brindando.
―Eso estaría feísimo por mi parte, y yo sólo quiero ha-certe
cosas bonitas.
―Es de agradecer. Ponlos por favor con naranja y azúcar
en vez de con limón y sal.
―Veo que tienes buen paladar.
―Y buena lengua.
Entre frase ingeniosa y flirteo descarado, termina de
poner los chupitos (uno de Nestea para Nit que yo me encargo de pasarle) y
aviso al resto para que se acerquen a brindar por el chico de la no-che.
―¡Por Ga! ―berrea Ana súper emocionada.
―¡Por Ga! ―gritamos todos levantando los vasos.
―Luego sigues zorreando cari, que me apetece bailar ―me
suelta el cumpleañero.
Y como hoy sus deseos son órdenes, miro a Pablo y me en-cojo
de hombros como disculpa.
―¡Vuelve pronto a hacerme compañía! ―me grita mien-tras
Ga me arrastra a la pista.
―¡Cuenta con ello!
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