Ediciones Atlantis presenta este sábado en Granada,'La tienda', el undécimo libro escrito por el autor granadino Pedro Ruiz-Cabello Fernández, que trata como tema principal el amor imposible, ese que como dice Bécquer en sus rimas, genera las pasiones más arrebatadas.
¿Cómo surgió la idea de escribir esta novela?
Primero surgió el asunto, un amor imposible. Casi todos hemos vivido alguna vez un amor imposible; siempre he creído que podía ser un tema apropiado para una novela. Escogí luego un personaje y un ambiente: procuré que estuvieran muy alejados de mis circunstancias actuales para que nadie tuviera la tentación de buscar comparaciones o paralelismos. El amor imposible es el que genera las pasiones más arrebatadas, como ya declarara Bécquer en una de sus rimas. Yo también lo había tratado en la poesía, pues es otro género que cultivo.
¿Te inspiró alguna persona o alguna situación particular?
Nadie puede escribir sobre un tema como este si no lo ha experimentado. Es algo que he afrontado en diversas etapas por distintos motivos. En la novela, la imposibilidad del amor se debe a una diferencia de edad que resulta insalvable: yo me he visto quizá en una situación parecida, aunque no quiero revelar detalles ni dar señales de ningún tipo. La novela no deja de ser, en cualquier caso, una historia ficticia: eso no hay que olvidarlo nunca, pues muchas veces se tiende a creer que todo es realista.
La tienda es tu undécima novela. ¿Hay algún elemento (ambientación, género, personajes…) que comparta con las escritas anteriormente?
Hay muchos elementos en común con otras novelas: cada autor crea su propio mundo, un universo conformado por personajes y ambientes que deben ser fácilmente reconocibles por sus lectores. Esta novela se sitúa en un pueblo pequeño de la vega granadina, igual que otras que he escrito antes. El paisaje es una de mis señas de identidad: es quizá el rasgo que más me define como escritor. Es el amor a la naturaleza lo que me lleva a describir paisajes. Creo que es una modalidad de la literatura que no se cultiva mucho actualmente. Lo que predomina hoy es algo más ligero. En mis novelas hay también mucha profundidad: analizo comportamientos, describo estados de ánimo, trato temas que quizá son propios del ensayo; porque para mí la novela es un género abierto, en el que caben muchos elementos. También se puede echar de ver en esta y en otras novelas un cierto costumbrismo, como no podía ser de otra manera en alguien que ama a su pueblo. Decía Piglia que en las obras literarias nunca deja de haber un fondo autobiográfico; en todas mis historias lo hay, incluso en aquellas que aparentemente se apartan de la realidad o que se sitúan en un tiempo muy lejano.
Entre tus libros encontramos verso y prosa. ¿En qué género te sientes más cómodo escribiendo?
Yo empecé escribiendo poesía, cuando era todavía un adolescente. Luego me pasé al campo de la narrativa, aunque la verdad es que nunca he dejado de cultivar la poesía. No podría decir en qué género me siento más cómodo. Hay quien afirma que soy un poeta que escribe novelas. Hay mucho lirismo en mis historias: es mi forma de escribir, el estilo que poco a poco he ido forjando como narrador. Pienso que en el mundo de la literatura pasa lo mismo: hay autores que tienen alma de poetas; en García Márquez o en Muñoz Molina, por ejemplo, se puede percibir un aliento poético; es posible que el atractivo que tienen se daba a ello. Luego estarían los narradores puros, como es el caso de Galdós, a los que también admiro.
Si te pregunto por un libro de tu infancia…, ¿cuál es el primero que te viene a la cabeza?
Bodas de sangre de Federico García Lorca. Lo leí con doce años, a punto de cumplir trece. Hasta entonces había leído libros de carácter infantil, todos de aventuras. La verdad es que no había sido un buen lector cuando niño; me había iniciado tarde en la lectura. Sin embargo, cuando leí Bodas de sangre, a pesar de ser un drama, difícil de entender para un niño, intuí que tenía entre mis manos algo diferente. Fue mi primer encuentro con la literatura. A la literatura hay que acercarse sin prejuicios, con la inocencia de un niño que desea descubrir mundos nuevos.
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