“Los nuncavivos” (que, en puridad, no se
trata de una novela en el sentido estricto del término y aun contemplando todos
los elementos propios de tal tipo de narrativa, sino de un muestrario expositivo,
presentado de manera epistolar, de personalidades moviéndose en una trama lentamente
creciente) fue el resultado de un proceso de búsqueda de un arquetipo que pudiera
hallar acomodo, sin estridencias, en la galería de los “monstruos” de la
creación literaria. Durante meses estuve relativamente “obsesionado” con la idea
de crear un personaje completamente nuevo (y diferente) integrable en el
imaginario de lo fantástico o terrorífico, quizás un tanto cansado de los seres
y personajes habituales en este tipo de literatura. Recuerdo el momento
preciso, allá por 2008 (cuando fue comenzada a ser escrita la presente obra),
en que me asaltó la “chispa” y empecé a diseñar las claves del ente no carnal
que aglutina la trama de la obra. A raíz de haber dado con el mencionado ser
surgió el dilema de construir una novela propiamente dicha o un algo diferente.
Y resultó esta última posibilidad: desestimé crear una novela al uso, lineal o
no, optando por desarrollar la historia (o, más propiamente dicho, la trama) entre
unos (muy pocos) protagonistas por medio de cauces comunicativos casi
enteramente virtuales: correos electrónicos, chats, publicaciones en redes
sociales y en blogs… La plasmación de dicha trama por medio de este engranaje
de comunicaciones resulta más fresca y ágil y, cuando menos en las fechas en
que fue escrita por vez primera, original.
¿Quién crees que disfrutará más con su lectura?
Dado que no
sigo (al menos conscientemente) usos, modas o tendencias, sino en función de mi
propia visión (asumidamente contradictoria y poliédrica) del mundo mismo, de la
literatura y de la ficción, pienso que cualquier tipo de público entenderá (y
disfrutará, espero… o se inquietará, que es mi deseo) con la lectura de “Los nuncavivos”. No es éste un libro
pensado en base a criterios comerciales, pero intuyo que el lector, decididamente
ávido de obras diferentes, captará todos
los matices sin dificultad si está atento a los detalles: porque en éstos
reside, en realidad, “la sal” de “Los
nuncavivos”. Cada fecha, cada hora, cada nombre, las fuentes y tamaños con
que cada personaje habla, la alineación misma en la página de las
intervenciones… no responden al azar sino a un cuidadoso proceso de selección y
descarte.
Si el lector pudiera sacar una conclusión o moraleja de “Los
nuncavivos”, ¿cuál sería?
“Los nuncavivos” no pretende ser, en modo
alguno, una obra con pretensiones didácticas, éticas o morales; si bien es
cierto que de su lectura se desprenden no pocas derivadas. Quizás la más
evidente sea la relacionada con los innegables peligros anexos al mundo “2.0” en el que vivimos inmersos y nos
movemos cotidianamente, perdiendo con ello el contacto piel con piel, ojo con
ojo, y la propia naturaleza gregaria del individuo. Los personajes carnales de
la obra son seres extremada y voluntariamente solitarios, creyentes equivocados
en una conexión prácticamente ilimitada con el mundo cuando, en realidad, están
cada vez (y paradójicamente) más alejados y ajenos a éste.
Los personajes
de carne y hueso de la obra son personas, en el fondo y en la forma, alienadas
y metidas de lleno en sus mundos diminutos, desligados de sus esencias reales y
naturales. Los fantasmas reales de la obra (los que realmente provocan mayor
inquietud y terror, por reales y cotidianos) están fabricados con materia
orgánica: las frustraciones y las inseguridades; el egoísmo y los afectos no
del todo desinteresados; los temores fundados con mayor o menor enjundia; las conveniencias
propias y las utilizaciones del otro; las vanidades y los egos agazapados; las paranoias,
la neurosis (el propio estilo de algunos de los personajes, repetitivo,
nervioso, sincopado a veces y en otras ocasiones casi barroco así nos hacen ver
este importante matiz) y los complejos; las desconfianzas, los recelos y las
sospechas; las sumisiones, confianzas y fascinaciones quizás carentes de fuste;
el cansancio, el hastío por el propio hecho de vivir o de seguir sobreviviendo;
el dolor, la enfermedad y la molesta presencia vaporosa y siempre flotante de
la muerte, a la cual miramos, incómodos, de soslayo… Tal vez produzca mayor
miedo e incomodidad el hecho de ver reflejados en primera persona tales
demonios que conforman nuestro día a día junto a circunstancias tanto personales
como sociales (las mencionadas más el ostracismo para con aquellos que sabemos
mejores que nosotros; las necesidades no cubiertas de reconocimiento y amor; la
profundísima soledad; el desinterés de fondo con el que tratamos y sentimos al
semejante, por aparentemente amado que nos sea; la levedad insoportable del
hombre occidental…). Como innatural y paradójica contrapartida, el único
personaje que “mantiene el tipo” (aparte de la compañera de camino del
intuitivo, cultivado, inseguro e irritante científico, docente y escritor
vocacional: el -verdaderamente risible- héroe final, de alguna manera, de la
obra) es precisamente el ente imposible que lucha con denuedo por un objetivo,
que no es otro que el ser: no ser más de lo que es, sino meramente ser; ser lo
que no debería, por lógica, poder ser. Mas consigue, a base de una inusitada
determinación, lograr mucho, muchísimo más de lo imaginable para una entidad de
sus características. Fuerza, tesón, deseo, ansia, lucha… rebeldía. Aunque el
personaje en cuestión sea un depredador sin aparente alma ni conmiseración,
resultando repulsivo y decididamente “incómodo”, lo cierto es que acaba
demostrando ser el único realmente admirable merced a su voluntad de poder: lo
cual no quita que el alcance de su maldad, de su voracidad, acaben resultando
insoportables y dañinos hasta el límite de lo impensable, de lo imposible.
No es “Los nuncavivos”, en resumen, una
parábola acerca de nada de lo arriba expuesto. Mas tampoco deja de serlo, visto
desde esa perspectiva de lectura e interpretación, y ya que en el interior de
toda obra reside mucho más de lo visible, aun sin pretenderlo el escritor.
¿Por qué “Los nuncavivos”?
Esta pregunta
(en la que admito no haber siquiera pensado hasta hace escasas fechas) me la
han formulado en no pocas ocasiones últimamente. La respuesta más simple es que
resulta sonoro, como el título de una suerte de saga maldita. Pero esta broma
minimalista no es del todo cierta ni completa. Los nuncavivos son seres que, en
teoría, ni siquiera deberían existir (al menos en nuestro plano existencial).
Pero existen en la obra, y lo que sí que deberían ser es “siempremuertos”. Un nuncavivo es un ente que, de vivir de alguna
manera, debería, si acaso, hacerlo en una dimensión paralela a la humana, con
capacidad nula para influir en ésta: no hay (teóricamente) tangente posible
entre un nuncavivo y un humano real, de carne y hueso. Un nuncavivo, de
existir, debería quedar enclaustrado en su universo anímico, espiritual. Pero
lo fascinante del ente protagonista de esta obra es que va derribando
fronteras, alcanzando logros y metas impensables (como lo es su propia
existencia para el hombre occidental, de costumbre descreído para con las
posibles realidades paralelas a lo puramente visible) y llegando a cruzarlas,
traspasando cualquier tipo de traba propia a su esencia. El nuncavivo (la
nuncaviva) de la obra va más mucho allá de conformarse con dejar de estar
muerta, semimuerta, pseudoviva o viviente en un mundo extraño, feroz y caníbal:
desea vivir de verdad, experimentar, ser todo lo que no es, ser algo. Ser. Y
para ello utilizará todas las armas (en principio absolutamente fuera de su
alcance mismo) que vaya urdiendo y construyendo: hará uso y abuso de cualquier
estrategia de manipulación; seducirá travestida bajo la apariencia de una
nubilidad falsa; mentirá e irá cautivando con palabras ya suaves, ya soeces, a
unos y a otros; impostará y, finalmente, logrará llegar muchísimo más allá de
lo tan siquiera imaginado por un ser de sus (siempre en lógica teoría)
limitadísimas / nulas posibilidades.
¿Estás trabajando ahora en algo?
Bueno, en
realidad llevo trabajando para mi único disfrute en lo creativo desde niño.
Escribo a cualquier hora y en cualquier lugar (siempre que las fuerzas y las
energías me son favorables y me lo permiten), y sobre temas y formas literarias
de toda índole. Siempre he escrito por el mero placer de hacerlo, hasta que
hace año y medio aproximadamente (tras muchos años de dudas) decidí “lanzarme” por
fin, tímidamente, al mundo editorial, en algún certamen, revista o antología:
siempre a cuentagotas, lento, sin prisas. Últimamente estoy centrado (a la par
que necesariamente disperso, cual admito sin sonrojo que es mi propia
naturaleza) en la continuación de esta obra en concreto (si bien es un libro
que se cierra completamente en sí, el lector sabrá al acabarlo que habrá,
seguro, más) y en la segunda y tercera parte de otra creación “peculiar” con la
que también tengo contrato de edición en vigor. Aparte de estos dos proyectos, sigo
practicando ciertos cambios sustanciales en otro tercer libro que (espero)
saldrá a la luz a final del presente año o a comienzos del siguiente: un libro
de relatos que versa sobre las fuerzas, los “poderes” pequeños que hacen de los
humanos lo que somos, para bien, para mal o para ese algo intermedio que, en el
fondo, somos todos. Paralelamente a todo ello, varios poemarios (género este,
el lírico, que constituye, seguro, más de la mitad de mi obra) que voy
revisando una y otra vez, no pocos libros de relatos (mi otra devoción),
aforismos, humorismos y brevedades, ensayos sobre esto y aquello, alguna obra
decididamente incatalogable, indefinible e incluso sanamente risible. Todo lo
mencionado bajo el prisma de la literatura, la ficción pura: raramente me
documento (trabajo que entiendo necesario para novela histórica o tratados de
diversa índole pero que no casan con mi manera de entender el proceso de
creación puramente literario) o consulto más allá de lo que me ofrece mi propio
(y limitado) conocimiento del mundo, de la observación y “disección” de los
seres y las cosas.
¿Cuál es tu autor de referencia?
Aun declarando
mi debilidad por autores clásicos en mayor o menor medida. Chejov, Maupassant,
Lorca, Whitman, Bukowski, Nietzsche, Shakespeare y docenas de tantísimos
titanes de la literatura, me son especialmente afines los llamados “malditos”,
los autores diferentes y difícilmente calificables o encasillables, intento
(como entiendo que cualquier autor) que ninguno de ellos influya en mis
escritos: misión ésta imposible, por mucho que, como dije, intente distanciarme
de estilos, tendencias, movimientos, formas, escuelas, temas ajenos a mí mismo.
Ya que, por fortuna, mi hecho de escribir no responde a esclavitud ni
necesidad, escribo lo que quiero y de la manera en que quiero hacerlo. Escribir
es, para mí, un acto de intimidad, una pulsión mantenida, un algo inevitable. Aun
así, y sin pretender, repito, ser influido por autor o referente para mi
escritura, soy consciente de que la impregnación cultural está, evidentemente,
ahí, y no me son ajenas las posibles (seguras) influencias de otras
manifestaciones culturales (música, pintura, fotografía…) y de la vida misma en
toda su extensión casi infinita. Mas, por encima de todo, pienso que aquél que
ame la escritura debe vivir, fundamentalmente, en su cerebro propio, por finito
y poco importante que pudiera ser: ese espacio real, único, auténtico y libre
al que debería resultar imposible renunciar: el resto es adorno y circunstancia.
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